samedi, 20 février 2010
La derrota del césar
Dejó en el lecho a la tierna gacelilla, paladeando aún el eco de sus últimos gemidos. La luz del aseo le devolvió, al otro lado del espejo, una reminiscencia de brillo depredador que insuflaba algo de vida a los ojillos oscuros y algo enrojecidos que le miraban, cercados por incipientes arrugas. La ceja ligeramente arqueada, aunque despeinada, establecía una sutil complicidad autosatisfecha con la leve contracción en la comisura izquierda de los finos y apretados labios. Cierta dilatación en las fosas de la pequeña nariz aportaba algo de intensidad al conjunto. Sin embargo, ajenos del todo a esa conexión, los prominentes y sonrosados mofletes prestaban a aquel ensayo de mirada un inesperado envoltorio de redondez que encontraba en la parte superior cierta coherencia o hasta plenitud en una extensa y reluciente calva blanca. A los lados de la esfera, subrayando la separación entre el hemisferio encendido y el pálido, unas azarosas greñas grises de considerable extensión aspiraban a una tortuosa horizontalidad, a modo de excesiva e indisciplinada corona de laurel. Entonces, de manera casi imperceptible, la ceja descendió, cesó la dilatación nasal, se entreabrieron los labios y el rubor se intensificó en las mejillas. Apagó la luz.
Antonio Zamora
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