mercredi, 27 janvier 2010
En la vida
Iba a darle un desganado sorbo al tinto con gaseosa cuando la vi. Apareció a la derecha de la Juani, al otro lado de la cristalera sucia. Fue como un resplandor de tela blanca muy fina. Vaporosa. Tan ceñida en las caderas y tan libre bajo las rodillas que parecía una cascada. Embobado, seguí con la mirada a aquellas gasas temblorosas. Casi podía olerlas. Hasta que en el camino me encontré el cabezón de la Juani, a medio metro, con esa geta de mala leche que cada vez pone más. “¡Qué!”, me soltó con asco. Me di cuenta de que tenía el vaso a medio coger y la boca abierta. “¿Qué de qué?”, dije un poco brusco, y bebí, ignorándola como se merece. Pero, de reojo, busqué la falda blanca, que ahora se contoneaba a la izquierda de la Juani, alejándose. Cruzando la calle. Qué espectáculo, Señor. Se paró en la acera de enfrente y se giró para que la viera bien. En la vida podría esta ponerse algo así, pensé. En la vida.
Un deportivo rojo la ocultó y se detuvo justo delante. Entonces sí que empecé a sentirme raro de verdad. Cada uno de sus neumáticos, relucientes, era como cuatro de los de mi furgoneta. ¿Adónde iba a ir yo con ese trasto sucio y ruidoso, a punto de cumplir ya nueve años? En cambio aquel ejemplar rojo intenso, tan brillante, parecía recién salido de la fábrica. Con un bicho así ya podría yo, ya. Me imaginé el rugido de sus doscientos cincuenta caballos bajo mi asiento, el suave tacto del cuero del volante, hasta su olor. Una falda blanca entrando a mi derecha. “¡Y ahora qué!”, la geta otra vez. “¡Déjame en paz!”, la despaché mirándola de medio lado. Cuando quise volver a mirar, el deportivo había desaparecido. Con la falda. En la vida podría comprarme algo así, pensé. En la vida.
Antonio Zamora
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